El peor
sentimiento es la impotencia.
Esa que te
deja ver unas gotas del océano.
¿Cuándo decidiste
que el todo se resume en un par de palabras? ¿Cómo fue que aprobaste el salvarte detrás de una excusa? Una simple, pero tonta excusa.
Mientras
siga sonando “Estaciones” de Antonio
Vega en algún lugar... y tararees la letra de “Salvapantallas” de Jorge
Drexler, no dejará la distancia o el tiempo de ser un sortilegio más en
nuestras vidas.
El peor
sentimiento es la impotencia.
Es esa
venda a la que no le querés aflojar el nudo por temor a ver la realidad de
frente.
Por miedo a
los anticipados adioses, a los medios abrazos, a las bienvenidas de la buena
fortuna.
¿En qué
momento la desconfianza se adueñó de vos? ¿Cuál fue el día en que tu seguridad
prefirió la suspicacia y decidió forjar una trinchera contra todo augurio?
El peor
sentimiento es la impotencia.
Esa que me
aleja, y te convierte en inaccesible.
Esa que te
lleva a apretar los puños, a romper los puentes, a darte a la fuga en el
silencio.
Porque es
mejor callar que mostrarse vulnerable.
¿Quién te hizo tener esa armadura? ¿Hasta cuándo
vas a dejar que se oxide y con ella tu alma?
Mientras
sigas citando a Mario, y continúe su “Asunción de ti” o su clásico “Todavía” erizándote la piel, la ausencia seguirá estando, pero no el final.
El peor
sentimiento es la impotencia.
Pero no la
cura, ni para un lado, ni para el otro,
de ésta; que es una sola carta.