Hay
recetarios de todo tipo. La gama va desde como preparar una cena hasta como
tener una vida plena. Está lleno de
maestros y de algunos discípulos más o menos obedientes. Pero ¿de dónde parten todas esas
recomendaciones?
Solemos
mirar al cielo, después al horizonte y más tarde hacia adentro. Cuando el camino tal vez tendría que ser al revés.
Cuesta
aceptar que tu forma de vivir sea la correcta para vos. Qué el camino es de cada uno y que cada cual
tiene derecho a elegir. Sea lo que sea que elija. Si tu decisión es amarrarte a la soledad y en un sentir
obsesivo preferir el orden al caos de una relación, es válido. Si por otro lado, esperas sentir amor por
alguien, hipotecándote los años, y viviendo sin pasión, también lo es. Si elegir ser infeliz forma parte de tu
felicidad, es respetable, o al menos no
soy yo quien tiene que ponerlo en tela de juicio.
Entonces,
¿por qué a veces cuesta tanto aceptar esto? Quizá (y lo más probable) porque haya algo de esa soledad que repercute en
la mía. No ya como hecho consciente o inconsciente elegido por vos, sino como
realidad mía que no me termina de convencer.
O tal vez, porque otras veces quise conformarme con
sentir a medias y sé que no da resultado, quisiera sacudirte para que te animes a vivir.
Pero el punto es que no es mi tarea. Esa es la
parte del insight que más cuesta. Porque enoja. No con vos, sino conmigo. Al fin y al cabo todos somos en parte espejos.
Dicen que el maestro llega cuando el
discípulo está preparado. Pero ni yo doy clases ni vos tenés porqué aprender
algo.
Darse
cuenta de este desgaste innecesario de energía es el primer paso.
Ahora voy por
el segundo; apagaré el proyector.