La
dificultad en el encuentro no parece ser tal hablada desde la teoría. Igual nunca está demás refrescar ciertos
puntos. Y la prueba no está en estar de acuerdo o no. La prueba está en la
práctica. Ese diario y cotidiano vivir que muchos llamamos rutina, por temor a
cambiarlo.
Sé que se
ha hablado mucho sobre el tema, pero hoy lo quiero hablar yo. Conmigo, con
quien me lea. La primera pregunta que se me viene a la mente es, ¿desde dónde nos vinculamos? ¿Desde
el deseo “puro” de conocer? ¿Desde el ego? ¿Desde la soledad insostenible?
¿Desde la competencia? ¿Desde nosotros mismos? ¿Desde un personaje que me
proteja?
De cada respuesta saldrá un “para qué” nos
relacionamos. Dejando de lado las teorías histórico -culturales de que el hombre
es un bicho de sociedad, hoy día tal vez sería sano contestarse alguna de las
preguntas anteriores.
Los años
vividos me han llevado a una selección natural, como me gusta llamarle a mí, de
gente con la que me relaciono. Eso no me exime de la causa, tal vez inicial de
tales elecciones. Muchas veces me he relacionado desde el ego muy emparentado con el miedo a la soledad (inconsciente o
consciente da igual). No creo haber usado nunca un personaje y si para algo no
sirvo es para armar estrategias. La competencia me resulta patológica, me
asusta y me aleja. Me he dejado y dejo
llevar por “sentires” o “pre sentires”. Me he equivocado y lo volveré a ser hasta que
tenga vida. Pero lo que salvo y valoro por sobre todas las cosas es mi camino
hacia mí. Ese rico encuentro que tengo cada vez más conmigo misma que me hace
tener un mejor vínculo con la persona que estará siempre conmigo, o sea yo.
En esa
relación dialéctica, de pelea, amor, enojo y tolerancia, voy enriqueciéndome. Desde
ahí, desde esa piedra central se extienden mis redes. El tiempo me llevó a darme cuenta de que si
yo no me quiero, mal puedo querer a alguien. Si busco desde mis expectativas,
solo encontraré frustración en cada vínculo que intente. ¿Por qué? Porque las expectativas son mías. El
otro, es el otro. En el momento que me hago cargo de que lo que me gusta, me
enoja, me atrae, me molesta de ese ser de afuera es algo que intrínsecamente me
acompaña, me salvo y me reconstruyo.
Sería bueno
tener en cuenta que autoestima y egoísmo no son términos que se choquen. No fuimos educados para aceptarnos, ni para
querernos. Quizá sea la tarea que nos toque aprender. La de cuidarnos,
valorarnos y ocuparnos de nosotros mismos.
Internalizar que cuanto más
intento acercarme a vos desde lo que pienso que querrías que fuese y no desde lo que soy, a la corta o a la larga
solo es un desperdicio enorme de energía. Que bien podría ser usada para reinventarme,
para reinventarnos, para construir. Siempre desde nosotros mismos. Siendo dos
seres íntegros que se cruzan en esta vida para sumar y no restar.
Para ayudar a curar heridas pero no para pagar platos rotos. Para respetar y exigir lo mismo. Entonces el
encuentro se volverá natural, no habrá que usar disfraces porque quedaron
colgados en la puerta. Sólo desde ahí el
encuentro no se volverá un autocumplido desencuentro.